La propia verdad

La verdad, tu verdad, mi verdad, no es algo fijo ni inmutable. No es una piedra que se queda quieta, esperando ser descubierta o protegida. La verdad, como cada una de nosotras, cambia, se transforma, se adapta. La vida nos atraviesa de muchas maneras, nos sacude, nos coloca frente a quiebres y momentos que nos dejan marcas. Y esas marcas, lejos de debilitarnos, nos dan la oportunidad de renacer, de validar nuestra esencia.


A lo largo de los años, he aprendido que la flexibilidad es clave. La flexibilidad no significa rendirse ni dejar de ser firme en lo que creemos, sino tener la capacidad de tomar distancia, de mirar desde otro ángulo, de escuchar lo que otros tienen para decir, sin perder la conexión con nuestro ser. La verdad no es solo lo que pensamos, sino lo que sentimos, lo que expresamos, lo que hacemos. Cada palabra, cada gesto, tiene el poder de transformar, de construir o de destruir, no solo a los demás, sino a nosotras mismas.


Muchas veces, el camino nos ha puesto frente a pérdidas, a despedidas que nos han dejado vacías, con el corazón hecho pedazos, toda rota. Esas pérdidas no nos definen, no nos marcan como lo que hemos perdido, sino como lo que hemos elegido hacer con eso que nos duele. A cada duelo, a cada caída, he descubierto algo nuevo sobre mí, una fuerza que no sabía que tenía, una resiliencia que nace del dolor mismo. Y ese dolor, aunque nos quiebra, también nos da alas para volar más alto, para reinventarnos. Porque transformar lo que duele, convertirlo en una lección, es uno de los actos más poderosos que podemos hacer por nosotras mismas.


Hoy, al mirar atrás, sé que he cambiado. Que cada error, cada lágrima, cada despedida me ha llevado a este lugar en el que estoy ahora, más auténtica, más sabia, más capaz de abrazar mi verdad. Y no importa cuántas veces nos caigamos, lo importante es levantarnos. La vida no es un destino fijo, es una serie de momentos que nos invitan a aprender, a evolucionar, a ser más libres. La libertad no es solo elegir lo que queremos, sino también ser dueñas de nuestra capacidad de transformar, de reinventarnos, de empezar de nuevo.


Podemos transformarnos. Podemos cambiar. Lo que ayer nos parecía imposible, hoy puede ser solo un recuerdo lejano. Y en esa transformación, no estamos solas. Cada mujer que pasa por un proceso de duelo, de pérdida, de cambio, lleva consigo un poder inmenso: el poder del amor. Duele todo lo que hemos perdido en el camino, pero también hemos ganado, hemos aprendido, y eso nos da la fuerza para seguir adelante. Y esa fuerza, esa sabiduría, es nuestra verdad más profunda. Una verdad que, aunque cambia, siempre nos mantiene firmes en lo que somos y en lo que podemos ser.


La verdad que late

En el fondo de todo suceso

late una verdad profunda.

A veces se esconde,

a veces quema,

a veces susurra entre lágrimas

y nos obliga a escuchar.

Cada mañana,

rearmo mis partes rotas

con amor, con voluntad, con magia.

Recojo mis pedazos sin prisa,

los sostengo entre las manos

y les doy un nuevo significado.

Me he roto mil veces,

me he perdido en abismos oscuros,

pero en cada quiebre descubro

un latido nuevo, un renacer.

Y sin embargo, aquí estoy.

Más yo, más entera, más cierta.

Porque la verdad no es lo que nos dijeron,

es lo que nos atraviesa,

lo que queda en pie después de cada tormenta.

Hoy llevo mi verdad en la mirada,

no como un grito, sino como un faro,

porque vivir es cambiar,

y en cada cambio, vuelvo a ser.

Es el fuego que me mantiene de pie.

Y en cada paso, soy.


Te invito a reflexionar sobre tu propia verdad. ¿Qué has descubierto de vos misma a lo largo de los años? ¿Qué transformaciones has vivido que te han hecho más fuerte? Me encantaría saber lo que resuena contigo, lo que te ha tocado el alma. Escribime y contame, estoy aquí para escucharte.

Con amor. Kari

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